Al Romero (Salvia rosmarinus) se le ha atribuído desde diferentes culturas y épocas, la capacidad de mejorar la memoria. En la cuna de la cultura europea, Grecia, a los estudiantes se les ponía una corona de romero para que no olvidasen lo estudiado y mejorasen su memoria. Los estudiantes sin duda lo harían, sobre todo los más desesperados aún a sabiendas de que no puede recordarse aquello que no se ha estudiado, pero ya se sabe que la esperanza es lo último que se pierde, como nos recuerda el gaucho Martín Fierro: “…ya vendrán tiempos mejores, dijo Juanito en la charca, con el agua ya hasta el cuello y sin ninguna esperanza”.
Los estudiantes tienen como patrón a San José de Cupertino, nacido como José María Desa, en Lecce, Italia en 1.603. Su clarísima y temprana vocación religiosa no fue suficiente para ser admitido ni en los Frailes menores, ni en los Hermanos menores reformados ni en los Capuchinos “por ineptitud”. Ingresó en un convento franciscano y gracias a su carácter y humildad fue admitido como franciscano. Empezó a estudiar para ser sacerdote, pero no podía recordar nada. Solamente sabía explicar una frase “fruto bendito de tu vientre, Jesús”. El examinador les dijo a los estudiantes que abriría el evangelio por cualquier página y que el estudiante seleccionado tendría que explicarla y a Cupertino le tocó esa precisamente. Esa circunstancia le permitió ordenarse y además se convirtió en un referente estudiantil al que todavía se le reza en época de exámenes. Aparte de una vida ejemplar cargada de buenas obras, se le constataron más de 70 levitaciones una de ellas delante del Papa Urbano II y otra delante del Duque de Brunswick-Luneburgo. Éste último se convirtió al catolicismo por esta razón. Por lo explicado San Cupertino es patrón de los estudiantes y de los cosmonautas.
En el IV centenario de la muerte de Cervantes, el Instituto que lleva su nombre, anunciaba que: “Durante toda la jornada del 23 de abril los visitantes a la Biblioteca del Instituto Cervantes de Alcalá de Henares y Madrid recibirán varios regalos, entre ellos una planta de romero. Este arbusto, con propiedades medicinales, aparece mencionado en El Quijote y se entrega a algunos de sus personajes en forma de bálsamo curativo”.
Luis de Góngora dedica unos versos nada amables a Quevedo y que los encabeza con esta estrofa:
Cierto poeta, en forma peregrina
cuanto devota, se metió a romero,
con quien pudiera bien todo barbero
lavar la más llagada disciplina
Jugando con el doble significado de “romero” habla de las propiedades emolientes de la planta.
Y este ingenuo canto infantil del Cancionero popular:
A la flor del romero,
romero verde.
Si el romero se seca,
ya no florece.
Ya no florece,
ya ha florecido;
a la flor del romero
que se ha perdido.
A la flor, a la pitiflor,
a la verde oliva,
a los rayos del sol
se peina una niña.
En un poco de agua
se mira el reflejo
por no tener los cuartos
para un espejo.
Otra obra que nada tiene de ingenua, en la que aparece el romero es Hamlet. Cuando Laertes, hermano de Ofelia, parte para Francia su hermana le entrega un ramita de romero para que no le olvide.
Por último, sin pretender ser exhaustivo, la universidad de Northumbria, en Reino Unido, realizó un estudio en niños, que fue presentado en la conferencia anual de la British Psychological Society para tratar de averiguar si el aroma del romero mejoraba sus capacidades mentales. Aunque parece que sí hubo una cierta respuesta positiva el grupo era pequeño y los resultados discutidos.
En fin, no sé si el romero mejorará nuestra memoria, pero nadie le ha olvidado a el.
Felipe Gómez de Valenzuela
Ofelia dándole una ramita de romero a su hermano Laertes
San José de Cupertino en una de sus levitaciones