Para saber de qué hablamos, busquemos “romero” en el diccionario de la R.A.E. Aparecen tres entradas: “peregrino que va en romería con bordón y esclavina”, “pez marino teleósteo, anacanto…” y , parecido, pero no idéntico: “pez marino teleósteo del orden de los acantopterigios…”.
Y la última acepción, que es la que nos interesa: “Arbusto de la familia de las labiadas, con tallos ramosos de un metro aproximado de altura, hojas opuestas, lineales, gruesas, coriáceas, sentadas, enteras, lampiñas, lustrosas, verdes por el haz y blanquecinas por el envés, de olor muy aromático y sabor acre, flores en racimos axilares de color azulado y fruto seco con cuatro semillas menudas. Es común en España y se utiliza en medicina y perfumería”
No soy -ni lo pretendo- un entendido en etimología, pero una disciplina que nos permite saber por qué una palabra se nombra como se nombra y da información valiosa sobre lo nombrado, debe ser siempre tenida en cuenta. Haciéndolo, me encuentro con un dilema que se expresa, como suele, en dos opciones.
La primera dice que “romero” viene de la raíz latina “ros” y “maris” lo que compondría “rocío del mar” y en parte cuadra con su cercanía a las costas y con el nombre que se le da en el edicto de Carlomagno Capitulare de villis vel curtis imperio (Capitular de los pueblos o cortes del gobierno): ros marinum.
Pero según cita Font Quer en su libro “Plantas medicinales” su nombre podría tener una raíz griega “de rhops”: arbusto, y “myrinos”: aromático”.
Entre “rocío del mar” y “arbusto aromático” me gusta más la segunda por parecerme más científica y más descriptiva aunque sea mucho menos poética que la primera, pero no me atrevo a contradecir a la Real Academia de la Lengua, institución a quien -por otra parte- últimamente lleva la contraria y alecciona cualquier nesciente que suple su falta de erudición y conocimientos con mera osadía, digna de mejor causa. De todas formas sí cabría actualizar algún término como cambiar el de su familia: “Labiadas” por “Lamiáceas” y su nombre por “Salvia rosmarinus”.
Pues sirvan estas líneas para dejar claro de qué se habla, de plantas; que no de caminantes con voto hecho, ni de teleósteos, sean o no acantopterigios.
Felipe Gómez de Valenzuela